La increíble historia de Lidia, Jesús y Toti. Federico Borobio  — Fotografía callejera y documental

La increíble historia de Lidia, Jesús y Toti

Llegamos a Santa Ana del Valle, Oaxaca, en plena hora de la siesta. Casi como un estereotipo, un perro flaco cruzando la plaza central desierta, una mujer entreabriendo la puerta de su casa y asomándose al exterior. Su rostro, el delantal azul y la puerta del mismo color activaron mis alertas fotográficas y me acerqué a ella. Comenzamos a conversar de inmediato. Detrás suyo se alcanzaban a ver un antiguo telar de madera y las paredes de adobe. En cuanto le pregunté al respecto nos invitó a pasar. De hecho, insistió en que lo hiciéramos y conociéramos la casa centenaria. Me acompañaban Ray, el fotógrafo callejero de 87 años que conocí en Oaxaca, y su gran amigo Carlos, que solía oficiar de guía. Así fue que pasamos la tarde con Lidia García y su perro Toti, un gran danés flaco y pachorriento que adoraba las caricias tanto como desparramarse en el patio de tierra fresca.

Por mi parte, intercalaba preguntas sobre su vida y disparos con mi pequeña Lumix, mientras ella continuaba hablando con total naturalidad. Mencionó que de hecho estaba acostumbrada a las cámaras, ya que había participado en varios comerciales e incluso en una película, de título Los Ángeles. Todos quedamos boquiabiertos: la encantadora tejedora tolteca de este pueblo de 2000 habitantes, en sets de rodaje, no estaba en nuestros planes. Pero esto fue apenas la primera sorpresa, una introducción a la increíble historia que estaba por venir.

Lidia nos contó que su papel era de madre de un adolescente que abandonaba su pequeño pueblo de México, para ir a buscar fortuna a los Estados Unidos y ayudar a su familia. Notamos que lentamente comenzó a quebrarse. La tristeza se apoderó de ella, los ojos enrojecieron, brotaron lágrimas. Bajé mi cámara. Ella se tomó un tiempo, se recompuso, y comenzó a explicarnos el motivo de esa emoción que no podía contener: la historia de la película y su historia personal eran increíblemente similares. Su propio hijo, Jesús, se había marchado de pequeño a Estados Unidos muchos años atrás, y nunca más tuvo noticias de él. Nada, ningún contacto, Lidia no sabía siquiera si estaba vivo. Pero esto no terminaba ahí. No.

De hecho, durante el rodaje del film se sintió desbordada por la pena, lo que hizo que el director se acercara para ver qué estaba pasando, y Lidia le contó el motivo. Damian John Harper, nacido en Boulder, Colorado, tenía en ese momento 36 años. Posiblemente una edad similar a la de Jesús. Conmovido, le prometió a Lidia que encontraría a su hijo. Como podrán imaginar, a esta altura del relato estábamos completamente azorados y expectantes del final. Y el final ocurrió en el estreno de la película: ese día Jesús apareció y se reencontró con su madre luego de años sin ningún contacto. Final de película (vale la expresión, por supuesto). Ray, Carlos y yo respiramos aliviados, incrédulos, felices, sonrientes. Toti percibió el cambio de clima y vio la oportunidad. Se levantó sobre sus largas patas desgarbadas y se sumó al ambiente paseando su cabezota bajo las manos grandes y arrugadas de Ray.

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